Nada... Por Carmen Almarcha

Nada... Por Carmen Almarcha

Al escuchar la noticia  sobre la aprobación de la ley Celaá, últimamente me pierdo en este vaivén de leyes y reales decretos, la palabra  “nada” (título también de la novela de Carmen Laforet, premio Nadal de 1944, lectura muy recomendable en estos tiempos que corren), vino a mi mente. Quizás, muchos como yo hayan pensado si existirían hoy en día. Porque para que yo naciera fue necesario que mi madre, valenciano parlante, conociera la lengua de Cervantes y pudiera ir a trabajar a un pueblo cercano en kilómetros, pero no en mentalidad y lengua. Todos los pueblos tienen su identidad y su derecho a conservarlas, vaya esto por delante, y estoy orgullosa  de que en ambos lugares se defienda la cultura y lengua autóctona. Pero mi madre pudo tener su primer trabajo porque hablaba ambas, y eso hizo que conociera a mi padre, y formaran una familia .

Siempre crecí con la idea de que aprender  idiomas ayudaba a viajar, a entender y comunicarnos con los que venían de otros lugares. De hecho, tuve la oportunidad  de acceder a la formación universitaria e ir a la Facultad de Filosofía y Letras a estudiar Filología Inglesa por esa razón, y porque en mi época nos decían que habría mayor cantidad de salidas laborales si teníamos el conocimiento profundo de una lengua como la inglesa, que  era la más hablada en el mundo por aquel entonces, según las estadísticas publicadas a las que teníamos acceso. Los niños de mi edad, al menos muchos de los que recuerdo de mi etapa escolar y del instituto, tenían a gala hablarla, porque facilitaba viajar y  ser entendido. Y, entonces, con una Europa de fronteras cerradas, nada que ver con el espacio Schengen del que hemos disfrutado plenamente hasta la llegada de la covid-19,  queríamos subir a  un avión, salir de España, comprarnos un Levis o, si se salía de presupuesto, contentarnos con verlo en una tienda. Queríamos  saber qué pasaba fuera. Mantener lo carpetovetónico y ser universales. Fuimos testigos del triunfo de españoles fuera de nuestro país: actores en Hollywood, tenistas que ganaban Wimbledon, un astronauta por primera vez en el espacio, etc..Y los vimos como héroes. 

Hoy, paradojas de la vida , la lengua castellana es una de las más habladas en el mundo. Ha permitido que nos veamos en lugares impensables hace algunos años hablándola con sus respectivos habitantes: en Londres, Los Angeles, Nueva York, San Francisco, Paris, e incluso, Tokio. Mucho tiempo antes no  hubieran entablado ni una mínima conversación con nosotros . Los españoles de mi generación, creo que hablo por boca de muchos, quisimos no tener que pasar fronteras y enseñar pasaportes,  y soñamos con una moneda única para viajar sin el constante cambio de divisas en el que la peseta salía perdiendo.

Nos gustó avanzar hacia lo comunitario, ser europeos,  y admitimos la lengua inglesa como lengua del mundo empresarial en todo el planeta. Más tarde, viajar se pudo hacer rápido e inmediato, se compraba un billete con un simple click en la pantalla de un móvil . Surgieron los estudios en el extranjero, los “ Erasmus”, oportunidades que yo no  tuve y que me hubiera gustado tener.

Pienso que ésta debe ser la época del entendimiento, del consenso, de admitir al otro, al diferente, dándole su lugar, de buscar lo que nos une, lo que hace que seamos globales, universales,  sin perder nuestra identidad; creo en lo beneficioso de ser capaz de leer las obras literarias u otros textos en las lenguas nativas de sus autores, buscar la coexistencia, que es lo que el ser humano, pasadas las etapas históricas de conquistas y colonizaciones, per se intenta.

En Finestrat, el pueblo de mi madre y el mío, he crecido así; se mezclaban castellano y valenciano en las conversaciones en las que estaba presente como si se estuvieran tejiendo o trenzando, coexistiendo lengua castellana y valenciana sin ningún reproche por parte de los interlocutores que participaban, sino como una oportunidad de practicar ambas. Hoy en día,  si me pregunto qué decisión tomaría si tuviera que elegir entre mis dos lenguas maternas,la de mi padre y la de mi madre, mi respuesta solo puede ser la salomónica.