En qué envidiaba Churchill a España

Alfonso Paso tenía en su despacho un retrato de Winston Churchill junto a un cigarro que le regaló el exprimer ministro británico en uno de sus encuentros. Se habían conocido en la Costa Azul y al prestigioso político le cayó simpático el dramaturgo español más prolífico del siglo XX y el más representado. Paso publicó en 1975 un artículo en ABC en la que habló de cómo recordaba a Churchill, un político por el que tuvo siempre una «enorme devoción».

«La Costa Azul ha sido, tradicionalmente, la gran hospedería de los personajes más famosos del mundo», comenzó explicando el dramaturgo. En Niza había conocido él a los duques de Windsor y volvió a encontrase con ellos después, en una noche de nieve, en el hotel «Jorge V», de París. «He contado muchas veces la anécdota que el inolvidable David, el duque, me hizo protagonizar. Quería pasear y yo tenía el abrigo en la habitación. El duque, con una enorme sencillez, me prestó su abrigo y pidió al portero que vigilaba la entrada del hotel su capote. Le quedaba ancho, largo y no hay duda que el buen David estaba con el capotón del portero como yo mismo con su abrigo», comentó divertido. En la Costa Azul, el duque de Windsor solía vestir impecablemente. Según Alfonso Paso, en un par de ocasiones se cruzó con Winston Churchill. «David y Churchill se saludaban con fría corrección».

«Recuerdo una extraña y divertida conversación que tuve con Churchill –continuó narrando el autor teatral–. Yo le dije que había sido siempre hombre de educación inglesa, que tuve un preceptor inglés y que admiraba los modos y las maneras de los ingleses, pero le añadí que en la guerra había sido germanófilo. La respuesta de Churchill fue rapidísima: “Eso revela su sentido común”».

Con humildad, Alfonso Paso contó que debió hacerse muy simpático a Churchill cuando este, ya retirado prácticamente de la política, se ponía a pintar por Cap Ferrat «y guardaba un piadoso silencio sobre todo lo que se refería a Somerset Maugham», el famoso escritor británico. Por entonces, Churchill llevaba un sombrero amplio, de ala muy ancha y masticaba la punta de su cigarro puro. El dramaturgo recordó que le ofreció uno de esos cigarros que extrajo de una purera de cuero azul.

Paso le respondió que él fumaba la misma clase de cigarros y el expremier británico le habló de sus tiempos jóvenes, cuando luchó con el Ejército español en Cuba. Allí se había aficionado al cigarro puro. Después le comentó: «Pero como los buenos pureros de Cuba se han ido a las islas Canarias...».

Churchill vio que Paso no encendía el cigarro y se echó a reír, pensando que seguramente lo guardaría como recuerdo, como efectivamente hizo. «Aún tengo su “Montecruz” en un lugar preferente de mi despacho», apuntó. El político inglés le dio otro y le comentó: «No haga caso de los que dicen que yo he odiado a España. La realidad es que la he querido mucho. Pero confieso que, políticamente, le he hecho todo el daño que me ha sido posible. Los negocios son los negocios».

Después le señaló al mar y con su dedo índice marcando un punto lejano añadió: «¡Ah, el Mediterráneo! Ustedes, los españoles, lo tienen. Y estos condenados franceses también. Los ingleses hubiéramos dado todo por tener el Mediterráneo. Pero supongo que es una cosa que a la larga no podremos conseguir».

Un día Alfonso Paso se volvió a tropezar con Churchill en Niza. «Iba conmigo el ingeniero español Salaverri. El hombre me miró de arriba abajo y, como yo estaba fumando un puro, se apresuró a observar la vitola. De pronto, exclamó: "¡Ah, los “Montecruz” boys!"».

A Paso le sorprendió. «Me había reconocido, cosa que yo nunca creí», escribió. Por aquellos tiempos, el Real Madrid «estaba dando un auténtico festival en los campos de fútbol europeos» y Churchill, con una memoria que le dejó pasmado al dramaturgo, le dijo mientras mordía la punta de su cigarro puro: «Hay otra cosa que los ingleses no podremos tener nunca. Una vez le dije que el Mediterráneo, ¿verdad? Pues otra más: ese endiablado Real Madrid».

El autor de «El cielo dentro de casa», «El canto de la cigarra» o «Enseñar a un sinvergüenza» le comentó entonces divertido que él precisamente era hincha del otro equipo de la capital, del Atlético, y Churchill sentenció: «Eso revela su educación inglesa. Hay que ponerse las cosas difíciles».

«El cigarro de Churchill, junto con su retrato, en mi despacho, son el recuerdo de aquel hombre estupendo, liberal, cordialísimo y emocionante del que el mundo entero guarda respetuosa memoria», finalizó.