REGRESO A NÍJAR

Hace tiempo que leí Campos de Níjar, un documento viajero de finales de los sesenta que con infinita pesadumbre plasmó Juan Goytisolo en un emotivo retrato social sobre la desolación de la región de Carboneras y el Cabo de Gata. Sus palabras son al principio de la obra todo un presagio de lo que le espera al lector: “Recuerdo muy bien la profunda impresión de violencia y pobreza que me produjo Almería, viniendo por la nacional 340, la primera vez que la visité, hace ya algunos años”. Al contrario que Cela en Viaje a la Alcarria, una visión pintoresca del paisaje y las formas humildes de vida de la comarca arriacense, Goytisolo nos ofrece un punto de vista mucho más psicológico y profundo, pues en su travesía el viajante se encuentra en cada esquina con el desencanto y la desolación por las duras condiciones de vida. Aldeas muertas, polvo, lagartos, matojos, molinos en ruina, norias maltrechas y abandonadas … Poco ha cambiado hoy la situación en esas tierras de parajes desnudos y resecos. Níjar y sus pedanías encabezan según el INE la menor renta per cápita del país, aunque lo sorprendente sea en realidad la desigualdad existente. Junto a los inmigrantes que esperan la llamada para trabajar en los poblados de plástico durante los cultivos estacionales, aparece una clase social vinculada al turismo que admira la belleza salvaje del Cabo de Gata.

Lo sorprendente en la España actual es que los lectores de Goytisolo encontrarán muchos páramos de la desolación semejantes a los campos de Níjar. La política española, bajo los auspicios de la terrible situación pandémica, ha ido consolidando a lo largo de este año que finaliza, la aparición de yermos desolados, inhóspitos, estepas de incompetencia y arrogancia mediante una hidra de muchas cabezas que no está a la altura de los retos que tiene planteados España ahora mismo. Demasiados voceros caminando extraviados en un bosque oscuro como le ocurría a Dante al principio de la Divina Comedia, donde se encuentra con una loba, símbolo de la codicia, y un león, paradigma de la soberbia. Algunas de estas cabezas se empecinan con el consentimiento de otros tentáculos, en imponer sus criterios ideológicos por encima de los verdaderos problemas de Estado. Nunca tan pocos tentáculos con su ciega visión desestabilizadora dominaron tanto a la hidra dificultando la manera de reconstruir el tejido empresarial y productivo como fuente de riqueza mientras los autónomos y la iniciativa de tanta juventud preparada entonan el Requiem. Ahora bien, sí que han sabido encontrar una celeridad jubilosa en la aprobación de leyes mientras la hemorragia de un maltrecho sistema sanitario, que ha demostrado estar en su sitio, se desangraba por la falta de medios.

Unas andanzas, las de esta hidra tentacular que, si me lo permiten, me recuerdan en cierta manera a las correrías de un estudiante acorralado por galantear a una dama. Como salida a su situación don Cleofás Leandro Pérez Zambullo, que así se llamaba el estudiante, se alía con un curioso diablillo preso de un astrólogo dueño de una confusa oficina y una embustera ciencia. El diablillo le contó a su futuro liberador que él era un demonio de bajo calibre, aún así, esparció en el mundo la zarabanda y el zambapalo, inventó las pandorgas, las jácaras y los maesecorales. Una vez fuera de la ratonera del Astrólogo, el diablillo le llevó volando hasta hacer pie en la torre de San Salvador, la mayor atalaya de Madrid. Y allí, levantando los techos de la Villa y Corte por arte diabólico, descubrió al estudiante tanta variedad de sabandijas que el arca del diluvio fue de capas y gorras comparado con lo que apareció ante sus ojos. Un indigno consorte durmiendo a pierna suelta mientras su mujer estaba a punto de parir, hechiceras fabricando drogas en un almirez, ladrones que entran por los balcones de las casas, gariteros que gritan de cólera porque no le han pagado la mercancía … Al final de la historia, el diablillo sobornó al Alguacil para que dejara en libertad a don Cleofás, pero el cojuelo se burló del Alguacil al robarle los escudos de la recompensa. ¡Ay del dinero que da el diablo! Volviendo a Alcalá para finalizar sus estudios, don Cleofás se quejaba desengañado de que hasta los Alguaciles tiene a sus diablos y hasta los diablos tienen a sus Alguaciles.

Nada habla Vélez de Guevara al escribir El Diablo Cojuelo sobre si el estudiante tuvo o no insomnio al aliarse con el diablillo. Una duda que tendrían que aclarar también los dos tentáculos de la hidra en sus cuitas internas porque no desistirán de su desmesurada vanidad para construir una sociedad coherente y racional, de honradez humana e intelectual. Esas cualidades constituían el mundo que desde el razonamiento político perseguía Alfonso de Valdés en su Diálogo de Mercurio y Carón. Poco importan los clásicos al alumnado de una España cada vez más idiotizada. Otro campo de Níjar de la desolación, en cuyo páramo las huellas de la cultura clásica han desaparecido, sustituidas por la vulgaridad de tanta televisión inútil y tantas memeces. ¿Qué esperábamos? ¿Qué el declive de las humanidades no iba a afectar a la capacidad de expresión verbal de un castellano que encima ha dejado de ser ahora lengua vehicular del Estado? Prueba de esta decadencia es la que ya empieza a afectar a sus Señorías, a los representantes del pensamiento radical e independentista que dicen no haber entendido el Mensaje del Rey el día de Nochebuena. Particularmente pienso que no es necesario estudiar filología para comprenderlo, pero su ceguera provinciana no entiende que en el mundo actual cada vez se puede ser menos independiente de nada y que su obsesión republicana ignora que la condición humana afecta a todos por igual.

Como decía Ernesto Sabato, el viaje se puede convertir en algo estático donde no exista el desplazamiento físico y entonces es cuando el camino adquiere una vertiente existencialista. Goytisolo la tuvo al final de Campos de Níjar en su pesadumbre a lo largo del recorrido cuando el viajero deambula solitario, con gran inquietud por las calles de Carboneras donde la mayoría de las casas “estaban cerradas, los habitantes se escurrían por las calles como sombras y el mar embestía contra la playa negro y enfurecido”. ¡Que imagen más similar a la del pasado estado de alarma! Todo un páramo de la desolación visible desde nuestro sillón, a diario, en los medios de comunicación, en esas colas del hambre, en hospitales desbordados, en la incierta cifra de muertos y en la desesperación de tantas familias por una hostelería rota y unas subvenciones que no llegan. ¿Era tan urgente una ley de la eutanasia y otra de la Educación ahora?

Superar toda la penumbra que nos rodea debe ser el objetivo de todos los ciudadanos y no digamos de nuestros gobernantes, los cuales con el necesario temple deben descubrir que la palabra sirve para entenderse y alcanzar acuerdos, no cabezonerías ni interesados espectáculos chulescos que en nada benefician a la diplomacia exterior ni a la reconstrucción de este gran país que es España.

FRANCISCO LÓPEZ PORCAL

Escritor