Puerto de Navacerrada: los comienzos del esquí en España y el acercamiento a la Naturaleza

Birger Sörensen (1877-1910) fue un noruego, nacido en Fredriskstad que vino a Madrid para hacerse cargo de la empresa familiar, la Compañía de Maderas Sörensen Jakhelin y CIA. Había nacido en Barum, Kristiania –la actual Oslo-, cuna del esquí moderno. Acudía el joven con frecuencia a Rascafría, para supervisar los trabajos de la Sociedad Belga de los Pinares del Paular, que nutría de madera a su compañía. Añorando la nieve de su país, Sörensen solía esquiar con las tablas que él mismo construyó en los talleres de la Compañía de Maderas, los primeros esquís fabricados en España. En su honor se dio nombre a una de las rutas más bellas de la Sierra del Guadarrama, la senda del Noruego.

Esquiando en aquellas solitarias montañas, Sörensen se encontró con un grupo de jóvenes entusiastas casi todos provenientes del entorno de la Institución Libre de Enseñanza, capitaneados por Manuel Bartolomé Cossío y entre los que se encontraba Manuel González de Amezúa. Habían leído En la noche y entre los hielos, del noruego Fridtjof Nansen, el increíble relato de la expedición del Fram al Polo Norte entre 1893 y 1896, y cuando se encontraron con el noruego Sörensen en la sierra del Guadarrama entablaron una relación que les permitió iniciarse en el esquí. Madrid fue, por lo tanto, la cuna de este deporte en España.

Manuel González de Amezúa decidió fundar en 1903 un club para practicar el alpinismo y el esquí junto a otros diecinueve amigos, al que llamaron Twenty Club. Construyeron una cabaña en El Ventorrillo y en 1908 decidieron ir un poco más y pasaron de un club de amigos a fundar el Club Alpino Español, con sede en el puerto de Navacerrada, que fue presidido por Manuel González de Amezúa. Los deportes de invierno, especialmente el esquí, hicieron que de repente la Naturaleza fuese accesible durante todo el año. Esas cumbres nevadas de la Sierra del Guadarrama asistieron a un cambio de actitud, un descubrimiento de la enorme belleza que la Naturaleza nos ofrece.

En 1910, Piorno publicaba en ABC: «Hasta hace poco, el excursionista que se aventuraba durante los meses de invierno a visitar un día nuestra vecina Sierra tenía que ir confiado a sus propias fuerzas. Sin medios de defensa, sin aquellos recursos que las Sociedades Alpinas tienen establecidos en otras partes, constituía una verdadera temeridad la tal empresa. Era necesario tener una gran intimidad con la Naturaleza, estar familiarizado con sus fenómenos, para no sentir inquietud al verse ante la imponente soledad de las cumbres nevadas, sin otra compañía que apropio yo y sin otro refugio para las ventiscas que alguna oquedad en tal o cual pedriza que la nieve había dejado sin cubrir». En efecto, aventurarse en invierno en esos parajes era una temeridad. Menos mal que «Al Club Alpino Español, al prestigio de su presidente y al apoyo prestado en las esferas oficiales débese igualmente la concesión de terrenos y la edificación en los pinares de sus preciosos refugios, en donde los socios encuentran cómodo albergue. Asi mismo débese al Club Alpino Español la mejora de servicios de algunos trenes y la creación de otros que la Compañía del Norte te ha puesto amablemente a su disposición. Y para los que deseen entrenarse en los deportes de invierno. Vencer sus dificultades, acostumbrarse al riesgo, antes de emprender una larga expedición, la Sociedad ha construido una extensa pista al borde de la carretera de Navacerrada, en donde los skieurs pueden ejercitarse».

Si no fuese por el esquí, «Todos los ruidos que os son familiares durante la época del estío, cuando atravesáis los pinares o cruzáis los puertos bajo el sol que todo lo anima, han desaparecido súbitamente. La Naturaleza, envuelta en nieve, parece dormir el sueño eterno, y el silencio y la desolación del paisaje os conmueve profundamente. Al caer los primeros copos, los leñadores, hecho ya el acopio, abandonan el monte. Una tarde, al avanzar la cerrazón, los pastores empujan sus ganados hacia los apriscos. Hasta que por fin una mañana, después de una noche de ventisca, los guardas de los puertos cierran sus casas cuidadosamente y se bajan al poblado vecino, dejando su retiro hundido en nieve. Así transcurría el invierno, sin que la inmensidad blanca y majestuosa que se extiende desde la Najarra a Siete Picos fuera hollada por otra planta humana que la de alguno que otro explorador, espíritu atrevido que iba a buscar muy cerca de la muerte el espectáculo fantástico que ofrece la Naturaleza cubierta de blanco».

El esquí fue imprescindible para que la sierra del Guadarrama fuese accesible durante todo el año, incluidos los duros meses de invierno. Y ahí, en las pistas de Navacerrada, se formaron nuestros primeros campeones de esquí, los Arias y los Ochoa sobre todo, con los increíbles Paquito y Blanca Fernández Ochoa entre ellos. Sin él, las cumbres nevadas durante el invierno serán un espectáculo inaccesible a ser humano alguno. Volveremos a los silencios blancos de hace más de un siglo.