¿Por qué la derecha ha despertado? C.S. Fitzbottom

La derecha española lleva dormida, al menos, 56 años. Es mi teoría de filatélico. En 1964 hubo una extraordinaria emisión de sellos, conmemorando los XXV años de paz. La guerra civil había concluido hacía casi una generación, y el régimen de Franco, en vez de su victoria, hablaba ya de lo construido en común, de reconciliación, con el mismo espíritu con el que se acababa de inaugurar apenas unos años antes el Valle de los Caídos, recogiendo los restos de las víctimas de uno y otro bando.
Puede que de aquellos sellos arranque mi amor a España. Quizás por eso tenga más presente aquel aniversario. Puede que fuera antes o después. De lo que estoy seguro es que, a diferencia de la derecha británica o la francesa, la portuguesa o la italiana, la norteamericana o la japonesa, la derecha española está presa de un terrible complejo, que puede que esté concluyendo en esta extraña época de reclusión.
En las últimas elecciones, hace apenas unos meses, casi la mitad de los votos en España fueron ido a opciones de centro, centro-derecha y derecha; y casi la otra mitad, a partidos de centro-izquierda, izquierda y extrema izquierda. Curioso. Fue casi lo mismo en las anteriores. Y en las previas. Y en las de 1977. Y en las de 1936. Y siempre que se llamó a los españoles a votar en libertad. Casi igual que en el resto del mundo. Porque en todas partes la mitad de la población cree que es bueno que los que corren mejor la carrera tengan un premio y que el sistema se base en eso. Y la otra mitad cree que no se puede privilegiar a los hijos de los que corrieron mejor la anterior carrera, y que el sistema produce esas injusticias, que hay que corregir. Esa podría ser una simplificación de qué significa ser de derechas y de izquierdas. Existe esa discrepancia en todo el mundo. Peter Jordan tiene magníficas charlas y conferencias en YouTube que les recomiendo y que explican muy bien la cuestión. Para todo el mundo. Pero el caso de España es distinto. A mí al menos siempre me lo ha parecido.
La izquierda, desde su control de los medios de comunicación, imperante desde 1968 en todo el mundo, y en España desde 1977, ejerce una increíble supremacía moral. Las causas que defiende son siempre justas, sensatas, razonables, morales, superiores y llevan a una evolución imparable hacia un bien mayor. Para ellos, la derecha es lo que incomprensiblemente se opone a tanta bondad, y por tanto es injusta, insensata, irracional, hipócrita y un fósil del pasado. Si encima sus ideas las expresan personajes como Donald Trump, se explica por sí misma en su peligro intelectual y real. Esta es la doctrina oficial en todo Occidente, especialmente en Europa.
Pero no quiero hablar hoy de la derecha en el mundo, especialmente porque en el mundo anglosajón, no es la parte débil del debate, y aún hay muchos foros en los que la izquierda puede ver mostradas sus vergüenzas en público. El caso español, para cualquier observador extranjero, llama la atención como un raro espécimen. Y permítanme una brevísima excursión por la historia reciente de su país, a quien tanto quiero y admiro.
Después de más de sesenta años de turbulencias civiles, la derecha española decidió organizarse y moderarse para darle a España medio siglo de estabilidad, desde 1874 a 1923. La derecha española se avergonzó finalmente de la aventura militar de Marruecos y entendió el drama del problema obrero en las capitales y de los jornaleros del campo. La derecha dio una oportunidad a la modernidad en 1931, aceptando con optimismo una república, que se imponía a pesar de haber perdido las elecciones municipales, y cuyo control asumió una izquierda que desde el primer día atacó sus valores y decidió destruir todo cuanto la mayor parte de España consideraba importante. Ardieron templos, se expropió –por tercera vez- a la Iglesia, se desmanteló el ejército, se vulneró la propiedad y se legisló una Constitución sectaria. Todo se aceptó. La derecha ganó las elecciones de 1933. El régimen republicano, la casta de entonces, se negó la permitirles el acceso al gobierno. La derecha lo aceptó. Y cuando ese gobierno no tuvo más remedio que incluir tres ministros del partido ganador de las elecciones libres –la CEDA-, entonces, en octubre de 1934, el PSOE, el PCE, la ERC, el PNV y los anarquistas –curioso, ¿les suenan esas siglas a los españoles de 2020?- se sublevaron violentamente, en un golpe de estado con ánimo de guerra civil, contra el gobierno legítimo y democrático de la república… ¡porque tenía tres ministros de derechas! En 1936, la derecha ganó las elecciones, pero la izquierda se hizo con el control del proceso electoral, y consecuentemente, del parlamento y después del gobierno. Ilegalmente nombraron a la mayoría diputados y con más ilegalidad aún, destituyeron al presidente de la república, Niceto Alcalá-Zamora. Ya lo había avisado el líder el PSOE, Largo Caballero, autoproclamado “el Lenin español”: “Si no ganamos el poder en las urnas, lo haremos en las calles”. Militantes socialistas y comunistas comenzaron a asesinar a vendedores de prensa de la oposición y a organizar grupos paramilitares. El entrenador de uno de ellos, un conocido policía del PSOE, que había disparado sobre un falangista en una manifestación, fue asesinado en represalia en uno de los enfrentamientos callejeros que él alentaba. Sus compañeros, policías y guardias civiles del PSOE, salieron en venganza a matar al líder de la oposición. No encontraron al más votado, así que liquidaron al que más hablaba en el Congreso. Dos balazos en la cabeza acabaron con la vida de José Calvo Sotelo, como le había sentenciado Dolores Ibárruri unos días antes en el Congreso de los Diputados, cuando él había denunciado sus desmanes: “Es la última vez que hablas en esta cámara”.
Cuando se descubrió el cadáver del líder carismático de la oposición –como si hoy fuera el de Santiago Abascal- tirado en el cementerio, y se supo que se sabía pero que no se podía decir que habían sido oficiales de la policía, toda la derecha, la mitad de España, supo que tenía que pelear para sobrevivir. Luchar con la misma agresividad con la que había sido atacada en 1931, en 1934 y en ese mismo instante. Y comenzó la terrible guerra civil española. Ese conflicto tan intenso, tan terrible, tan inhumano y tan místico, que ha suscitado más libros escritos que la segunda guerra mundial. No fue una lucha entre democracia y fascismo, y sólo desde la ignorancia o el sectarismo más embustero se pueden contar las cosas de otra forma. Asesinaron los rojos, como venían haciendo, y ¡ay!, también asesinaron los azules.
Hubo misas de acción de gracias en plazas con el suelo aún lleno de sangre de los jornaleros recién fusilados. Se asesinó a maestros, a socialistas, a gentes bien intencionadas que creían en la república y en valores morales que veían tras ella. Y la “derecha”, que no es una doctrina, sino un forma de vivir, supo que había pecado. Era justo luchar por sobrevivir, y pareció un milagro de justicia ganar. Pero en 1945 se supo –no se sabía antes- que los aliados nazis habían sido aún más vesánicos que los comunistas. Y en 1950 aún se fusilaba o, peor aún, se mataba de miseria a los prisioneros en campos de concentración. Miguel Hernández no moría siquiera con la dignidad de Lorca, de un balazo en el pecho, sino en la indigencia, el hambre y el abandono sórdido de cárceles inmisericordes. La derecha supo que, en la victoria, había pecado.
Los veinticinco años de paz de 1964 parecían suficientes. Ya todos tenían o aspiraban al Seiscientos, al piso en propiedad, a las vacaciones de verano, al ventilador en el dormitorio y, por fin, la lavadora automática. La clase media fue igual para todos, y dejó de exigirse el certificado de adhesión al régimen para poder opositar a un puesto público. Ya, al fin, se dejaba de cargar a los hijos por los pecados de los padres. Y todo iba a mejor. Así fue también en 1965, y en todos los años siguientes.
La derecha se liberó de Franco, es la verdad. Sólo sus más adeptos aguantaban ya su cantinela con la masonería y el comunismo. La derecha quería Europa y democracia. ¿Cómo pedirles cuentas a Carrillo y a la Pasionaria de sus asesinatos en 1939? Perdón, reconciliación. Paso de página. Un régimen nuevo, un rey joven, elecciones, partidos, políticos nuevos, hombres guapos, como Suárez y González. Democracia, transición, progreso, Europa, mantras que todos los españoles aceptaban en común.
No fue exactamente como se soñaba. Y la derecha aguantó de todo. La ETA y sus mil asesinatos y sus decenas de miles de exiliados, huidos del País Vasco por la extorsión y el miedo. La expropiación de Rumasa. El laicismo del Estado y de sus medios de comunicación, copados por la izquierda. El permanente acoso amenazante a la Iglesia y sus colegios; la burla sistemática a sus creencias. La derecha se dedicó a sus estudios, sus negocios, sus empresas… y hubo una nueva oleada de bienestar económico y se renovó la promesa de la clase media española.
Pero ocurrieron Zapatero y Lehman Brothers. Un irresponsable, indocumentado y sectario, tras un misterioso asesinato colectivo –aún no ha sido explicado el atentado del 11 de marzo de 2004- llegó a la presidencia del gobierno hablando de una extraña “memoria histórica”, que más se parecía a las campañas de Goebbels o Lenin. Y una nueva crisis económica, en 2008, dio alas a una nueva izquierda, nueva en las personas, aunque con el mismo discurso de siempre y, curiosamente, con la misma aversión al gel de baño y al buen gusto.
Hubo cambio de caras en esos años. Hasta la del Rey cambió. Y nadie se dio cuenta de que muchas cosas estaban rotas. Esencialmente, los consensos de la Transición. Los comunistas, que habían “acogido de corazón” –dijo el Secretario General del PCE, Santiago Carrillo, el asesino de Paracuellos, en 1977- la bandera de España, volvían a ondear sólo la triste tricolor de la triste segunda república. Los socialistas, enfangados en una generación de corrupción, pensaban que la cura era controlar los medios de comunicación para que no se hablase de ello –y casi lo consiguieron-. Y la derecha… la derecha se identificó con unas únicas siglas, que, resignadamente, englobaban a conservadores, liberales y democristianos, y a las que votaban, con mayor resignación aún, los escasos nostálgicos del franquismo y todos aquellos, mayores aún en número, que simplemente no querían a la izquierda en el poder.
La verdad es que la derecha española -y ahora, déjenme que hable el extranjero- ella sabrá por qué, decidió, hace dos generaciones, vivir de prestado en su propio país, y considerar que su régimen político era propiedad moral de otros. Y ese préstamo, esa cesión, esa rendición, señoras y señores, ha llegado a su fin. La derecha española ha despertado.
La derecha española despierta por varias razones:
- Porque el Gobierno está formado por una coalición de comunistas y socialistas, apoyada parlamentariamente por secesionistas y filoterroristas, liderada por un Presidente que se presentó a las elecciones prometiendo que no haría precisamente ese pacto.
- Porque desde ese Gobierno, se amenaza a la propiedad privada, se insulta a la Iglesia, se cuestiona la patria potestad y se ataca a todas las instituciones básicas del Estado, desde el Rey hasta el Consejo General de Poder Judicial.
- Porque no es lógico que traten de gobernar España aquellos que sueñan con destruirla en vez de ofrecer un gran pacto nacional a la oposición, cuando ésta está dispuesta a aceptarlo.
- Porque esa alianza del señor Sánchez, contra su promesa electoral, con los enemigos declarados de España, hiere en sus sentimientos más íntimos a la mayoría de los propios votantes socialistas, que, no obstante, son los que más inermes quedan para expresar sus ideas políticas y su frustración con la situación actual.
- Porque la sensatez no tolera más pantomimas con esa falsa memoria histórica, que sólo es una falsificación sectaria de la historia real y un insulto a la voluntad de reconciliación que preside las relaciones reales y cotidianas de los españoles, desde antes incluso de la Transición, y afortunadamente, hasta nuestros días.
- Porque la violencia que sufren muchas mujeres, y las otras formas de violencia que se viven en los hogares, en todo el mundo, no caben ser encorsetadas en la manida ideología de género, y menos justificar el encarcelamiento sin pruebas y el fin de la presunción de inocencia y del habeas corpus.
- Porque del mismo modo que ese feminismo sectario, la izquierda ha tomado la bandera del animalismo y de las visiones apocalípticas del cambio climático, para desde la autoridad intelectual de personas que no sabrían diferenciar una vaca de un buey, imponer una nueva dictadura de pensamiento, que sólo busca dividir el mundo en buenos y malos, a decisión de los líderes totalitarios de esa rancia secta marxista.
- Porque la derecha, hace mucho tiempo que aceptó que, aunque uno crea en Dios y en lo que su Iglesia enseña, hay que respetar, como esa misma Iglesia manda, a aquellos que piensan distinto. Y esa derecha está cansada de esos nuevos dogmas feminazis, hembristas, animalistas, estatistas y antiempresariales, que pretenden ser enseñados obligatoriamente en las escuelas, como nueva religión laica y única verdad que todo el mundo tiene que aceptar.
- Porque la derecha se ha cansado de la burla impune y con el aplauso de los bufones televisivos, a costa de la religión, de la bandera, del Rey, de la patria, del himno, del ejército, de la Guardia Civil, de las tradiciones y de las creencias de los demás- Y que encima los detractores de ese “pensamiento” –por llamarle algo- único, tengan que sufrir las amenazas, los “escraches” y las exclusiones de los medios de comunicación que la izquierda impone.
- Porque da vergüenza el sectarismo izquierdista de la inmensa mayoría de esos medios de comunicación. Y la derecha está indignada de que sus líderes y prohombres sean incapaces de promover y sostener canales de televisión donde no se insulte su visión del mundo y se puedan contar las noticias desde su punto de vista también.
- Y porque la primera nación de Europa, que incorporó a la civilización cristiana occidental a medio mundo, no merece perecer en manos de analfabetos funcionales, que sólo quieren condenar a sus compatriotas a la miseria de Cuba y Venezuela y al control político de Corea del Norte, para que como allí, el líder carismático viva en mansiones pagadas con los impuestos que pretende controlar, como la vida de sus conciudadanos a los que antes ha hundido en la miseria.
Es muy posible que sin 29.000 muertos oficiales y posiblemente otros 20.000 ignorados, sin esa ocultación, sin tanta incompetencia, sin tantas mentiras, sin la sospecha de tantos robos, sin tanto sectarismo, sin tanta manipulación, sin tanta improvisación, sin tanta torpeza, y sin haber tenido a la gente encerrada durante dos meses, la derecha hubiera seguido dormida, conformándose como siempre con lo menos malo, resignándose a ser, como en los últimos cincuenta años, lo que sus enemigos de la izquierda habían decidido que eran: algo despreciable.
Pero la torpeza de la izquierda, esa que nace de la soberbia incontrolable, la ha hecho excederse y perder pie. Y ha despertado a la derecha. Que no parece que ahora tenga intención de volverse a dormir. 
Bienvenida, España, a la normalidad democrática.