Opinión · La falacia del independentismo pacífico, por Santiago de Munck

Se les llena la boca con la palabra pacífico para definir a su movimiento independentista catalán y suena a burla, a un mal chiste. El independentismo catalán no es un movimiento pacífico por mucho que así nos lo quieran contar y no lo es porque se sustenta en una violencia estructural, coercitiva y continuada ejercida desde hace décadas contra todos los ciudadanos que no se someten al mismo.

La violencia no tiene una única forma de expresión y no hace falta pegar, herir o matar para que un acto pueda ser calificado de violento. Producen hartazgo y verdaderas náuseas tanto comentarista televisivo que se llena la boca de alabanzas hacia un supuesto carácter pacífico y no violento del independentismo catalán. La sumisión de tanto comunicador profesional o aficionado es repugnante. Es evidente que puede mucho más su amor al dinero que a la verdad, que prefieren distorsionar la realidad antes que ponerse del lado de los débiles, de quienes durante décadas vienen siendo víctimas de una violencia estructural ejercida y financiada con el dinero de todos los españoles desde las instituciones catalanas y la red asociativa y mediática construida a golpe de talón y mordidas en beneficio de un proyecto secesionista y xenófobo.

La violencia está presente en la vida catalana de muchas formas y en diferentes grados. No se trata ya de que la policía haya detenido a un grupo de independentistas de los CDR con material para la fabricación de explosivos y planes para actuar, que es quizás el último escalón reciente, sino que hay constantes y numerosas expresiones de violencia que desmontan el supuesto carácter pacífico del independentismo. Violencia es la que ayer y hoy se ve en muchos lugares de Cataluña con la excusa de la protesta por la sentencia que condena a los cabecillas del intento de secesión de la región acaecido hace dos años.

No se trata de protestas pacíficas, no. Nada habría que objetar a que se produjesen manifestaciones de protesta organizadas conforme a la regulación del derecho de manifestación, pero no es así, ni mucho menos. Cuando se impide a cualquier ciudadano ejercer su derecho fundamental a la libre circulación para acceder a su trabajo, al médico, a la compra o a su casa se está ejerciendo la violencia. Los derechos fundamentales individuales están por encima de los derechos colectivos ejercidos al margen de la Ley. Cuando se impide a la gente estudiar en su lengua materna se está ejerciendo la violencia. Cuando se sanciona al comerciante por rotular en la lengua oficial del Estado se está ejerciendo la violencia. Cuando se increpa y denuncia a un médico por hablar español se está ejerciendo la violencia. Cuando las autoridades educativas implantan comisarios en los patios de recreo de los colegios para espiar el idioma que usan los niños, se está ejerciendo la violencia. Cuando los profesores señalan y estigmatizan a niños porque sus padres son Guardias Civiles, se está ejerciendo la violencia.

Protestar y manifestarse es legal y legítimo, pero cuando para hacerlo se conculcan los derechos de quienes no quieren protestar o manifestarse, se está ejerciendo la violencia. Y que no vengan con más cuentos. Nadie acude a una manifestación o a una protesta con la cara tapada para no ser identificado si no es porque quiere violentar la ley, si no es porque su intención es la de cometer actos que pudieran ser castigados en caso de ser identificado. Es incomprensible que nuestras leyes no prohíban el uso de capuchas, máscaras o pañuelos en las manifestaciones. Durante los últimos años los destrozos causados por el vandalismo de los pacíficos independentistas ascienden a millones de euros.

¡Ya está bien de cuentos y milongas! El independentismo catalán no es un movimiento pacífico, ni física, ni intelectualmente. Y ello no quieres decir que todos los independentistas cometan actos violentos, pero la inmensa mayoría los consiente, los aplaude y los tolera. El día que se desmarquen de cualquier tipo de violencia física o estructural se podrá dialogar con ellos. Mientras tanto es imposible, salvo que se quiera ir retrocediendo en la defensa y la salvaguarda de los derechos humanos de la mayoría.