La odisea del 'Barco de la muerte': ataúdes y hielo para recoger los cadáveres del 'Titanic'

La pesadilla helada que el 'Titanic' vivió el 14 de abril de 1912 no acabó después de que impactara de costado contra un iceberg. Aquella noche comenzó un tormentoso viaje que se extendió durante semanas y semanas. Y no hablamos solo de los juicios que tuvieron que resistir los supuestos responsables del hundimiento o el largo periplo de las víctimas, sino de los horrores que vio la tripulación de un bajel que no ha pasado a los libros de historia: el cablero 'Mackay-Bennett'.

Los oficiales y la tripulación de este barco, más conocido por la prensa como el 'Buque de la muerte', fueron contratados para llevar a cabo la ingrata tarea de recoger los cadáveres que seguían flotando en la zona de la catástrofe. Aquellos hombres también vivieron una pesadilla, pues tuvieron que sacar de las aguas del Atlántico los restos de cientos de hombres, mujeres, niños y hasta bebés completamente congelados. Con todo, su triste epopeya permaneció oculta debido a la ingente cantidad de información sobre el ' Titanic' que, cada día, abarrotaba los medios de comunicación.

El ABC, de hecho, fue uno de los escasos diarios españoles que le dedicó unas líneas a la labor del 'Mackay-Bennett' en una de sus portadas de abril de 1912. En la misma, y bajo un pequeño apéndice titulado «en busca de los cadáveres», este periódico se limitaba a nombrar el bajel y explicar cuál iba a ser su tarea: «Fletado por la ' White Star Line', ha zarpado de Halifax el vapor-cablero 'Mackay-Bennet', para ir al lugar del siniestro en busca de los cadáveres que debe haber. Lleva a bordo empleados de pompas fúnebres, embalsamadores y cien toneladas de hierro».

No habló, quizá para no alarmar más a la sociedad, de los cien ataúdes (150, según otras fuentes) y los bloques de hielo que portaba en su interior para que los cadáveres arribaran en buenas condiciones a tierra. Pero ni esa ingente cantidad de material fue suficiente para dar sepultura a los más de 300 fallecidos congelados que recogió. La cantidad de restos humanos hallados, por el contrario, superó todas las previsiones y otros navíos tuvieron que colaborar codo con codo con el 'Mackay-Bennett' para que este cumpliera su objetivo y regresase a puerto con el trabajo hecho.

Horas finales

Por mucho que queramos recrear a día de hoy las últimas horas del hundimiento de este coloso, las palabras siempre serán pocas. Solo queda a la imaginación de cada uno suponer qué habría sentido sabiéndose reo de una cárcel de la que era imposible escapar debido a la ya conocida escasez de botes salvavidas. Aquella pesadilla se extendió desde las 23:40 del 14 de abril, cuando el vigía detectó el iceberg que iba a penetrar como un cuchillo en el casco, hasta las 2:20 de la madrugada del día siguiente, momento en que el 'Buque de los sueños' desapareció para siempre bajo las oscuras aguas del Atlántico.

Desde los primeros instantes fueron muchos los bajeles que escucharon por radio la solicitud de ayuda enviada desde la sala Marconi del 'Titanic', y otros tantos los que viraron para dirigirse hacia el lugar de la catástrofe. Por desgracia, la mayoría han caído en el olvido. El más famoso fue el 'Carpathia', y con razón, pues marchó lo más rápido que le permitieron sus calderas hasta la zona del hundimiento y rescató a una buena parte de los supervivientes que habían logrado subir a los botes salvavidas. Luego llegó el 'Francfort', que se negó a abandonar la zona hasta ir cargado de cadáveres.

El ABC narró la llegada de los bajeles a puerto en las jornadas siguientes: «Cuando el 'Carpathia arribó hoy a Nueva York, había más de 10.000 personas en los muelles. En medio del silencio religioso presenciaron el paso del buque». La noticia añadía también que entre la marabunta de personas que esperaban se contaban médicos, parientes y operarios de la naviera. «Hiciéronse lentamente las operaciones de amarre en medio de la expectación de los que avizoraban los rostros que asomaban sobre la cubierta».

Buque de la muerte

Pero todavía quedaban muchos cadáveres que recoger. ¿Quiénes serían los encargados de cumplir esta ingrata tarea? La 'White Star Line', propietaria del 'Titanic', pensó de forma inmediata en las tripulaciones de los buques cableros (los encargados de colocar los cables telegráficos submarinos entre América y Europa) atracados en Halifax. La decisión fue acertada. Por un lado, el puerto de Halifax era el más cercano al hundimiento. Por otro, los marinos de aquellos bajeles estaban lo bastante curtidos como para soportar las barbaridades que iban a ver gracias a sus continuos viajes por el Atlántico Norte.

El cablero elegido por la empresa de la estrella blanca fue el 'Mackay-Bennett', un buque construido en Glasgow allá por 1884 para la 'Commercial Cable Company'». Por sus servicios, el capitán recibió la friolera de 550 dólares al día. Una cantidad desorbitada si tenemos en cuenta que el sueldo anual del trabajador de un astillero era de aproximadamente 96 libras (unos 120 dólares). A partir de entonces se inició una carrera contra el tiempo para acondicionar el buque y convertir su interior en el taller de una empresa funeraria. Se prepararon toneladas de bloques de hielo en las bodegas. Más de cien ataúdes y se recabó todo el líquido para embalsamar que fue posible adquirir en Halifax.

Pesadilla helada

La recogida de restos humanos comenzó poco después, a primera hora de la mañana. Para ello, el capitán estableció un sistema sencillo. El primer paso consistiría en usar unas pequeñas embarcaciones que transportaba el bajel para recuperar los cadáveres del mar. A continuación, estos se subirían a la cubierta del 'Mackay-Bennet' y serían revisados por Snow, que decidiría si el fallecido podía ser embalsamado o si su cuerpo estaba en un estado de descomposición demasiado excesivo para ello.

Para terminar, el administrador y el médico del barco tendrían que buscar cualquier documentación que identificara al fallecido en los bolsillos de sus pantalones, su camisa y su chaqueta. El último paso sería meter el cuerpo en una bolsa y sus pertenencias personales en un zurrón que acompañaría los restos mortales de vuelta a Estados Unidos.

Ni siquiera para los muertos habría igualdad. Tras ser examinados, los cuerpos deberían ser transportados a una parte del barco diferente atendiendo a su estatus social. Los cadáveres de primera clase, los más destacados, serían introducidos en los ataúdes de pino y llevados a continuación a la sección de popa. Aquellos fallecidos que pertenecieran a segunda y tercera clase serían envueltos en telas y apilados en popa. El resto tendría un viaje más incómodo.


Aunque todavía había un destino peor. Todos aquellos que no pudieran ser embalsamados porque su cuerpo se encontrara en avanzado estado de descomposición deberían ser arrojados por la borda. ¿La razón? Al parecer, porque la legislación impedía al 'Mackay-Bennett' transportarlos en su interior.

Pero eso sería al final de aquella aciaga jornada. Y para ello todavía quedaban muchos horrores que ver. Uno de los muchos fue la imagen de una mujer congelada que rodeaba con sus brazos a su hijo. A otra le había pasado algo parecido, aunque a quien protegía con un cálido abrazo era a su perro. El día 21, en definitiva, se desató la pesadilla. No en vano, en pocas horas ya habían sido transportados hasta la cubierta los restos de un niño de nueve años e, incluso, los de un bebé rubio al que su grueso abrigo no le había servido para resistir las bajas temperaturas del mar.

Así narró el diario ABC, en una pequeña noticia publicada el 26 de abril, cómo se desarrollaba la recogida de cadáveres: «El 'Mackay Bennet' ha hallado otros cincuenta cadáveres; en total son 100. De 25 de ellos se han publicado los nombres por la 'White Star Line'. Entre los últimos figura el millonario Wiconer. No se ha encontrado al coronel Astor ni al comandante Bult». Terminaba de forma sencilla: «El vapor 'Mackay Bennet' regresó a Halifax y saldrá a continuar la rebusca de cadáveres el 'Minio', que llevará a bordo 150 féretros y 80 toneladas de hielo».