LA AMENAZA DEL OLVIDO Santiago Alcarranza

El 8 de mayo de 1945 los cañones soviéticos del mariscal Zhukov, que durante un mes habían arrojado más bombas sobre Berlín que las que se habían arrojado durante todo el resto de la contienda, por fin guardaron silencio. La guerra había terminado en Europa. La locura colectiva continuaría 3 largos meses más aún en el pacífico, hasta su apocalíptico final wagneriano con el lanzamiento de las dos bombas atómicas y la rendición incondicional de Japón.

 Desde los Urales hasta el atlántico, sobre una Europa devastada tanto física como moralmente, se extendía un tenebroso manto de silencio llamado “paz”. Era el momento de la reconstrucción, del sacrificio, del trabajo y del sudor, pero también de la esperanza. Entre las humeantes ruinas de nuestro viejo continente empezaba a brotar la idea de que, tal vez una unión pacífica de los estados y pueblos de Europa podría constituir la única garantía para una paz duradera y una era de progreso. Pocos años después, el sueño comenzaría a convertirse en realidad, pues desde entonces, salvo por la excepción de los Balcanes, ha habido paz y progreso en Europa.

Sin embargo, en esta fecha redonda de 75 años después, henos aquí bajo amenaza de nuevo. Aunque esta vez no son las bayonetas o las bombas, pero sí otras dos viejas conocidas amenazas, aunque insospechadas. La primera, tiene forma de microorganismo, ya sus ancestros nos obsequiaron con macabras visitas, la peste negra, la gripe española.

La segunda, es el olvido, quizá más peligrosa aún que la primera. Esta conmemoración del final de la segunda guerra mundial en Europa debería recordarnos que se llamó segunda guerra porque tan solo menos de 3 décadas antes había terminado la primera, y así, al igual que una ardilla podía recorrer la península ibérica en la época de los romanos saltando de árbol en árbol, cualquier historiador podría desplazarse en pequeños saltos históricos, de guerra en guerra en Europa, hasta el siglo XVI. Sí, cinco siglos de guerras en nuestro continente deberían de ser argumento suficiente para convencer a los llamados euroescépticos. Porque hay un hecho innegable, la UNION EUROPEA ha preservado la paz en Europa y estimulado el progreso de sus estados miembros durante más de 60 años. Y no es precisamente que el mundo se haya vuelto más misericordioso, amable o racional en los últimos 75 años, y por lo tanto no quepa atribuirle mérito a nuestra Unión. ¡Ni mucho menos! Ahí tenemos la guerra de los Balcanes, el conflicto entre Rusia y Ucrania, la guerra de Vietnam, Corea, la guerra civil de Camboya, las guerras africanas, las guerras de Afganistán, el golfo, las dictaduras latinoamericanas, oriente medio, el terrorismo… ¿seguimos?

Claro que habrá quien reclame mas unión política, yo también, quien señale déficit democrático en las instituciones de la UNION, yo también, quien critique falta de solidaridad, yo también, falta de liderazgo, excesiva burocracia, una política exterior débil, el defectuoso diseño de la moneda única, lentitud en las decisiones…, ¡YO TAMBIEN!, pero permítanme decirles, queridos lectores, que a veces tengo la sensación, que al igual que a los astronautas solo les protege del hostil espacio exterior una finísima capa de metal, a nosotros, los europeos, solo nos protege de la locura, el conflicto, la sinrazón y la estupidez del mundo esa fina y frágil capa política, social y económica que hemos dado en llamar UNION EUROPEA.

 No caigamos en el irresponsable olvido de nuestra historia y preservemos nuestra UNION.