Celaá y la fábula de ‘La Montaña del Esfuerzo’

Érase un país en el que todos los príncipes al llegar a los 16 años tenían que cumplir una misión de la cuál dependería cómo sería su reinado: “alcanzar la cima de la Montaña del Esfuerzo en menos de 21 días”.

La Montaña del Esfuerzo era un lugar sagrado y en caso de que llegara a la cima, al príncipe se le concedía un poder que podría aplicar durante su reinado: “el poder de que su pueblo pudiera conseguir las cosas sin esfuerzo”.

Aunque las últimas décadas habían sido los más prósperas para el reino, el pueblo deseaba que alcanzara la cima porque hacía más de 100 años que ningún príncipe lo lograba. Llegado el día en el que el joven tenía que marcharse, todo el pueblo acudió a su partida para animarle a lograr tan ansiada hazaña. Su padre se despidió de él con un fuerte abrazo y le entregó un colgante con un medallón rosado (“lo usarás en el momento oportuno”, le dijo).

Si los tres primeros días fueron complicados porque tuvo que andar más de 10 horas diarias, la misión se hizo todavía más dura al quedarse sin comida y tener que alimentarse de lo que la naturaleza le ofrecía.

Cada vez la cima estaba más cerca, pero pasados diez días sus fuerzas flaqueaban. Aun así, no se rindió. Su padre le había enseñado a luchar hasta el final. Tenía ganas de honrarle consiguiendo lo que él estuvo a punto de lograr (“tengo que ser un buen hijo. Seguro que si llego a la cima estará orgulloso de mi”, juraba).

Habían pasado veinte noches y aunque el frío apretaba sabía que esa sería la última. Estaba tan cerca de la cima que podía empezar a saborear el triunfo. De los nervios, se levantó con los primeros rayos de sol y aunque el tramo que le quedaba era duro, se sentía con más fuerza que nunca.

Si miraba hacia abajo, solo podía pensar en todo lo que le había costado llegar hasta ahí y en lo orgulloso que se sentiría todo su pueblo. Sería el rey que por fin había conseguido alcanzar la Montaña del Esfuerzo. Pero a pocos metros de la cima, se encontró con un baúl que le obstruía el camino (“qué raro, nadie me había comentado nada de este baúl”, pensó).

En vez de seguir avanzando, decidió abrirlo. Levantó la pesada tapa y allí encontró decenas de collares iguales que el que le había entregado su padre, encima de todos ellos había una nota en la que se podía leer: “Si quieres, puedes llegar a la cima y conseguir que durante tu reinado nadie tenga que volver a esforzarse, pero ¿crees que podrías valorar todo lo que te ha costado llegado hasta aquí si no te hubieras esforzado por conseguirlo?”. Cogió uno de los collares y regresó a su castillo para tristemente comunicar a su pueblo, que él tampoco había conseguido alcanzar la cima de la Montaña del Esfuerzo.

El empeño que ha puesto el bigobierno PSOE-Podemos en sacar adelante la Ley Celaá revela lo peor de nuestro sistema educativo y pone a las claras por qué en índices de abandono y fracaso escolar España encabeza todas las listas negras de los países desarrollados, con resultados sencillamente escandalosos en Comunidades Autónomas como Andalucía.

Es un verdadero dislate que se siga lanzando el mensaje a las generaciones venideras de que se nos puede permitir progresar en todo sin obstáculos, sin esfuerzo, sin constancia, sin sacrificio, sin rampas… siempre con dirección asistida, cuesta abajo, y por supuesto sin frenos. Con este proceder, sellado una y otra vez a través de engendros legislativos que regulan la vida en la escuela, se está condenando a la pobreza intelectual a millones de niños y jóvenes, creándoles un sinfín de disfunciones, no sólo reflejadas en el ámbito profesional que nunca alcanzarán muchos. Triste.

Más allá de sepultar derechos y libertades básicas, atentando contra los castellano-hablantes en las regiones históricas (el Constitucional pondrá este imperdonable e inaceptable desmán en su sitio), Sánchez e Iglesias confirman su creencia de que se puede tomar el camino fácil para salir de dificultades, seguramente porque el uno y el otro, de manera inesperada y sorprendente, han alcanzado altas metas que otros, rebasando infinitamente su preparación en todos los aspectos, nunca pisarán.

Ojalá algún día, pronto, dispongamos de dirigentes que piloten una reconstrucción de nuestro indiscutiblemente derruido sistema educativo. Sería como poner la primera piedra para, a corto y medio plazo, acabar con el paro, con la precariedad… y con situaciones dramáticas como la insultante e insólita llegada a la posición de Ministros del Reino de España de personas tan obscena y académicamente mermadas.