BENIDORM, AZUL Y BLANCO FRANCISCO LÓPEZ PORCAL

Desde el Finestrat, en las faldas de la mítica montaña del Puig Campana, rodeado de algarrobos y almendros solazados por pequeños huertos de naranjos, granados y nísperos, el viajero contempla desde el privilegiado mirador la imagen nebulosa de Benidorm entre la bruma matinal y la triangular isla que la vigila. Allí abajo, la ciudad que surgió de la nada, emerge del litoral mediterráneo como un enorme trasatlántico anclado en el puerto, para asombro y fascinación de unos y otros. Pues donde ayer hubo olivos y almendros, hoy impera la espectacular verticalidad de hoteles y apartamentos. Lo que fue un sencillo pueblo de pescadores sobre el cerro de Canfali, es en la actualidad una cosmopolita urbe. Si el cliché de las ciudades basado en la antigua memoria es fruto de la acumulación de múltiples informaciones filtradas por el tiempo, los clichés contemporáneos plantean la cuestión de quien los crea, si la ciudad emisora, o por el contrario el receptor que la vive y la visita.

Recorrer las calles antiguas de una ciudad es como leer un texto sobre su herencia, y Benidorm no es una excepción, porque un buen viajero es el que viaja con todos los sentidos, porque al viajero como al escritor, se le adivina su mirada, aunque no se vean sus ojos. A la pequeña población costera y pesquera, no muy diferente a otras que salpicaban el litoral de Andalucía o Murcia, Marruecos o Italia, comprobó cierto día que las cada vez más escasas capturas de atún amenazaban la subsistencia de los pescadores. Así, la falta de alternativas económicas fue compensada por su privilegiado entorno resguardado de vientos y fríos gracias al abrigo protector de la extensa Serra Gelada y las impresionantes moles de Bèrnia y el citado Puig Campana.

De esta manera, los primeros titubeos turísticos ¿vocación quizás? arrancaron en los años treinta, pero no fue hasta finalizada la Guerra Civil, siendo alcalde Vicente Pérez Fuster, cuando la burguesía alcoyana y madrileña llevan a cabo algunas iniciativas veraniegas de tipo recreativo que hacían más atractiva la estancia en el pueblo. Unas iniciativas que desbordaron a todas luces aquellos impulsos iniciales para emprender un ambicioso plan de ordenación urbana bajo los auspicios del alcalde Pedro Zaragozá Orts. Bajo su mandato se diseñó el embrión de la ciudad actual, tomando como eje de referencia la Avenida del Mediterráneo, alfa y omega, desde la Plaza Triangular hasta el Rincón de L´Oix, con sus arterias transversales tales como la Avenida de Europa que conecta la Playa de Levante con la Carretera de Valencia. Alrededor del esquema trazado la ciudad comenzó a desarrollar el aspecto compacto que contemplamos en la actualidad, basada en la metáfora del paquete de tabaco. Es decir, levantando sus edificios de manera vertical optimizando así la superficie, que de esa manera esponjaba la urbe sin crear grandes pantallas para poder intercalar a su vez jardines y piscinas. La tolerancia del uso del bikini andaba paralelo en los años sesenta de la España de Franco, a la proliferación de salas de fiestas y discotecas para diversión de los primeros turistas europeos que llegaban atraídos por el sol, la playa y la benignidad de su clima. Decididamente la vida ya no seguía igual, por mucho que esta melodía triunfara en aquel mítico Festival de la canción que impulsó Benidom a imagen y semejanza del Certamen de San Remo.

Pero la memoria histórica de Benidorm, no la conforma solo su evolución urbanística como ciudad desde sus sencillos orígenes, ni tampoco su avanzadilla del boom turístico en España, sino también el elemento humano, aquellos personajes nacidos, o no, en esta ciudad de la Costa Blanca que han ido, o bien forjando la vida de esta urbe o que han puesto sus conocimientos y experiencias al servicio de la sociedad en general. Y digo esto porque en Octubre de 2017 fue presentado el libro Gent de Benidorm, obra del periodista Vicente Fuster. Un gran trabajo que recoge la biografía de cien personajes ilustres de la capital turística de la Comunidad Valenciana. En él aparecen escritores e investigadores como Pere María Orts i Bosch, nacido en Valencia pero vinculado afectivamente a Benidorm, personajes de la Administración Valenciana  como Roc Gregori Aznar y también los alcaldes Miguel Pérez Devesa y Vicente Pérez Fuster entre otros muchas insignes figuras.

Sin embargo, resulta sorprendente que en la citada publicación, junto al que fue alcalde Vicente Pérez Fuster, no figure su hermano, José Pérez Fuster, nacido en Benidorm en 1865, médico higienista y uno de los principales nombres en el campo de la higiene pública y la investigación microbiológica valenciana de finales del siglo XIX y principios del XX. Pérez Fuster fue Jefe del Laboratorio Bacteriológico Municipal de Valencia en un momento histórico decisivo en la lucha contra la difteria. Cumpliendo el encargo del pleno del Ayuntamiento de la capital del Turia, viaja a París con el fin de traer el suero necesario para iniciar el tratamiento. Tras mes y medio en el Instituto Pasteur y en el Hospital Trousseau, regresó a España comenzando en Valencia las primeras pruebas con la inoculación del suero antidiftérico a la hija del médico valenciano Sanchis Bergón con resultados satisfactorios, que fueron extendiéndose a muchos más enfermos diftéricos. La ciudad de Valencia honró su labor humanitaria dedicándole hace años una calle en el barrio de Patraix. No así en Benidorm, en cuyo callejero urbano no encontramos ninguna vía a nombre de tan ilustre personaje. Una deuda pendiente.

En este sentido, no deja de sorprender el paralelismo existente entre aquel episodio de crisis sanitaria en los albores del siglo XX y la tragedia vírica que estamos sufriendo en nuestros días. Médicos e investigadores habrán para la esperanza. Aunque el futuro ya no será tan lustroso como en años anteriores, y Benidorm no será una excepción. Alabada por unos por su carácter sostenible y el atractivo de paraje privilegiado, criticada por otros debido a su modelo turístico intensivo antes que extensivo, Benidorm se ofrece ante todos con una tentadora oferta de ciudad-playa que constituye su razón de ser. Quizá esta difícil coyuntura que estamos viviendo pueda convertirse en una vía de experimentación hacia otro tipo de migración residencial que busca alcanzar su sueño mediterráneo, de azul intenso y blancas espumas de mar que se confunden con la cal de los muros.